Realmente fue así. Entré sin mirar en el restaurante. Sediento, con la boca más seca que un bacalao colgado del cable de una barca. Las gestiones en los bancos me habían llevado de aquí para allá por el centro de Dénia.
La bebí prácticamente de un trago. Descansé sobre el taburete y me sequé la frente con un pañuelo. Leí los mensajes acumulados en el teléfono. "¿Dónde comemos hoy? ¿En el apartamento o por ahí?".
Mi mujer requería una respuesta. Entonces vi la vitrina detrás de la copa vacía de cerveza y se me conectó el estómago al cerebro (o quizás fue al revés). ¿Pero, qué eran aquellos manjares? Reconocí algunas tapas aunque muchos de los productos que allí se exponían con aquella riqueza de colores se presentaban nuevos ante mi. Pude leer en una pared El Marino Port.
Envié unas fotos a mi esposa y la localización. Una hora más tarde comenzó el festival. Bendita sed. Bendita cerveza.
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