Caballo de redes

Aún recuerdo aquellas tardes de septiembre. Mi abuelo me recogía en la escuela y me invitaba a descubrir mil aventuras en el muelle pesquero de Dénia. Allí, varios marineros remendaban sus redes extendidas sobre el hormigón portuario. De lejos, esos ríos de colores, me recordaban los campos de moscatel que había contemplado ese verano durante una visita a Benissa.

Pero, ¿qué frutos me podían ofrecer en tierra esas redes tejidas para el mar? ¿Cuáles eran los tesoros de los que me hablaba mi abuelo?

El padre de mi madre pronto me ayudó a encontrar las joyas que se escondían en aquellas marañas de hilos.

«Observa bien y huele a pescado», me dijo la primera vez. Al poco tiempo surgieron los hallazgos: un salmonete seco, una bola de poseidónea y lo que realmente buscaba mi yayo.

«Mira nieto, un caballito de mar».

Reconozco que me quedé fascinado con aquel pez seco. Cuando ingresé en el instituto de bachillerato, el profesor de Ciencias nos explicó que estos animalillos se encontraban en peligro de extinción, puesto que vivían en aguas limpias y el Mediterráneo se estaba ensuciando en demasía.

Guardé aquel caballo durante años.

Ahora, com mis hijos, busco entre las redes de la lonja a ese pequeño “equino” marino, o a una estrella seca que guíe a los pequeños en el aprendizaje de querer y respetar el Mediterráneo.