A Juan le sonó el teléfono justo cuando servían el plato de cañadillas.
-Cariño. Bien, bien. Aquí en la oficina. No, no. No me queda mucho. Una horita y estoy en la calle.
Que oyes ruido. No, no es nada, el jaleo de la calle en verano. Hemos abierto las ventanas para no gastar tanto el aire acondicionado. Ya sabes... el jefe y su obsesión por el cambio climático. Sí, yo también te quiero. Hasta luego.
-¡El cambio climático! Tendrás morro. ¿No le puedes decir a Carmen que estás con tus compañeros tomando el aperitivo? Si es lo más normal del mundo. Estos ratos son fundamentales para el negocio. Además, eso de que me mezcles con el rollo del cambio climático no me parece correcto. Después tu mujer en las cenas de empresa se piensa que soy una especie de «Jefe Al Gore» y sabes que detesto ser un pseudoecologista de corbata.
-Perdóname por el exceso de confianza. Me sabe mal por Carmen. Trabaja mucho en la tienda, carga más tiempo con los niños y apenas tiene ratos de diversión para ella.
-Pues mira. Coge el teléfono y llámala. Le dices que el jefe «ha dicho que basta y nos ha invitado a tomar unas cañas en El Marino-Port». Que se apunte hombre, que se apunte.
-No se. Creo que igual se lo huele y se enfada. Además, me ha dicho que estaba en la tienda con unos clientes. No querría fastidiarle una venta tal y como están las cosas.
En ese momento entró en el restaurante Jaume, el distribuidor de bebidas más conocido de la ciudad.
-¡Hola cuadrilla! Que, disfrutando del aperitivo. Me da que hoy todo el mundo vive muy feliz. Acabo de ver a tu mujer, Juan, en El Marino-Les Rotes con tres chicas más. No veas que contentas estaban: con su vinito blanco, sus tellinas y el plato de calamares. De lujo tu.
Entre risas, Juan se dirige a su jefe levantando la copa.
-Bueno jefe. Ahora sí que voy a llamar a Carmen pero para decirle que reserve mesa y un arroz a banda. Ahora dime para cuantos.
-Pues espera. Localizo a mi esposa por si quiere apuntarse. No sea que esté también «trabajando» y luchando contra el cambio climático.
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