Si visitas Dénia tienes que conocer la lonja. Allí los restauradores acudimos para comprar nuestro género del mar: mariscos, pescados y moluscos.
Es un placer buscar una buena atalaya en los muelles (sobre el edificio de la lonja -el Pòsit– por ejemplo) para ver la entrada de las barcas de arrastre. Como maniobran las embarcaciones para en media hora estar amarradas, con el pescado desembarcado y depositado sobre las cintas mecánicas para su inmediata subasta.
Cuando éramos niños nos encantaba acudir al muelle para ver si había ese día alguna captura especial; para comentarla después entre los amigos y familiares. Una tintorera o un tiburón peregrino siempre nos llamaban la atención. Aunque si ese día se desembarcaban muchas cajas de gambas, caballas o pulpos también eran motivo de charla.
Ahora, vecinos y turistas se agolpan en las cristaleras de la lonja. Hacen fotos y se emocionan al ver las diferentes especies del Mediterráneo.
Hemos oído a jubilados franceses hablar de los peces, con recuerdos del puerto de Marsella, y a residentes alemanes lanzando un «ohhh» al viento, al ver la belleza de las langostas o la grandiosa monstruosidad de los rapes y las rayas.
Por la noche, en El Marino, intentamos cerrar el ciclo preparando como mejor sabemos cada plato del mar.
Un saludo.
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